Eran las doce de la noche. Miraba la luna como si fuese su ama. Le tiraba hacia su lado más salvaje. No temía lo que pasaría, lo contrario, deseaba que pasase. Miró hacia delante. A partir de ahí sería libre. No debería responder por nadie. Sólo ser libre. Libre. En su cabeza resonaban gritos de guerra. Tenía calor. Mucho calor. Se despojó de todos sus bienes humanos, y se lanzó a lo silvestre…
Corrió. Corrió como si la vida le fuese en eso. En sus días anteriores corría, pero no así. Era diferente. Algo había pasado dentro de él. La lucha por lo humano, por lo medianamente normal había sido pospuesto para el día siguiente junto con los ‘por qué’ y los arrepentimientos.
Su respiración era rápida y entrecortada. Quizás porque iba más rápido de lo normal, o quizás por lo que se acababa de convertir. Normal. Odiaba esa palabra. Normal. Le había perseguido toda su corta vida esa maldita palabra sin significado. Nadie es normal. Se es normal a su manera. “Cada uno es normal a su manera”. Se lo repetía cada día. Miraba la ventana y se repetía “Soy normal”. Pero no. Él sabía claramente que no lo era. Desde el día en que nació. Dios había decidido que no sería nunca, jamás, normal.
Por primera vez en toda la noche, se paró. Respiró. Evitó mirar a su ama. No. No le hechizaría de nuevo. Quería, necesitaba, saber que estaba ocurriendo a su alrededor. Poco a poco todo se volvió más oscuro y confuso. Se sentó y se centro en respirar. Inspirar, espirar, inspirar, espirar… Y se fundió en un espeso sueño.
Chillidos, muchos chillidos. Conocía aquellas voces. Le mandaron a aquel horrible, maravilloso y detestable lugar. Eran los culpables de aquel fuerte dolor de cabeza, las manos doloridas y los pies junto con el resto del cuerpo malheridos.
-Señor Bichkel, señor, ¿se encuentra bien?
Revolvió la cabeza. Miró a su alrededor. Parecía un quirófano. Estaba rodeado de esos cacharros con diferentes funciones de las que la mitad el médico, incluso, desconocían su funcionamiento. Respiró hondo y tragó saliva antes de lo que se conoce como ataque de ansiedad.
-¡Pero qué es esto! ¿Dónde estoy? ¿Por qué ya no estoy en esa selva de almas?
-Señor Bichkel, se encuentra en el Establecimiento de Pruebas Científicas con Fines Investigadores, o como lo suelen abreviar el ‘EPCFI’. ¿Se encuentra bien? Acompáñeme.
Se levantó con cautela. Aquella mujer tenía algo diabólico, como todos ellos, pero su voz suave sonaba como la breve brisa que acompaña la sintonía imaginaria de una puesta de sol al lado de un barranco cerca del mar, y eso le hacía confiar en ella.
Después de un larguísimo, pero apacible, baño y cambio de ropa, le llevaron a una especie de sala de interrogatorios, sí, estaba seguro. Volvería a aquel extraño lugar de gritos y sentimientos contradictorios.