La habitación era blanca, por las cuatro paredes. Tenía una mesa en el centro de la sala y cuatro sillas.
Se notaba que la sala era aseada a diario, así que Bichkel no tenía manera de saber si era usada muy a menudo. El suelo estaba tan sumamente limpio que parecía un gran espejo. Se sentó y rememoró su vida, necesitaba algo familiar.
Bichkel, Billy Junior Bichkel, era un simple oficinista en Berlín, uno de cuantísimos otros. Tuvo una infancia complicada, naciendo en Granada y terminando a los 12 años en Alemania.
Su madre biológica era prostituta y quedándose embarazada perdió su trabajo y la oportunidad de, cómo decía ella, llegar a ser de la alta sociedad. Primeramente su ‘sueño’ era casarse con un magnate del comercio exterior y así poder practicar o más bien aumentar su nivel del idioma inglés.
Pero a los 19 años dejó sus estudios a causa de la escasez de dinero de su familia. Intentó trabajar a media jornada y costear así sus estudios, pero le fue imposible. Le imponían más horas el estudiar de las que ella poseía.
Así con la cosas del destino, después de vivir 18 meses en la calle y alimentándose de lo poco que conseguía de su trabajo, terminó haciéndose prostituta en un local de mala muerte.
Al cabo de dos años se quedó embarazada y como ya se nombró antes, perdió su trabajo. Llamó al pequeño niño Antonio, y le apellidó como ella, García. Le alimentó y vistió con el poco dinero que conseguía de los cuatro trabajos que tenía. A las 10 primaveras ella le llevó a un orfanato teniendo en cuenta que cualquier familia que le fuese a adoptar le daría mejor cobijo que ella.
Antonio pasó 2 años yendo y viniendo de las casas de acogida, de familias de adopción y de la calle; él no quería estar ahí, quería estar con su madre fuese como fuese, así que preparó un pequeño plan para escaparse del único lugar del mundo que odiaba, el orfanato. Pocos días antes de tener su plan perfecto terminado, un hombre Alemán llamado Billy Bichkel apareció por el tan detestado lugar. Vio a casi todos los niños del orfanato, pero ninguno le convencía, decía: “Mi hijo debe ser un niño fuerte, no de cuerpo, sino de mente”.
Cuando llegó al flacucho y testarudo Antonio, exclamó: “¡Aquí tengo a mi hijo! Billy Junior Bichkel”. Le cogió y le llevó a Berlín, Alemania. Le cobijó y le proporcionó los mejores estudios, las mejores ropas, la más exquisita y cara comida, etc. Se sintió un niño querido, hasta cuando ya no era tan niño.
Esa había sido su vida, dura, pero con un final feliz. Tenía un puesto en una de las mejores oficinas de Berlín; un puesto prometedor a la vez de muy bien pagado, pero entonces, ¿por qué estaba ahora aquí? ¿Qué o quién le había traído a este lugar?