…El
sonido de los motores retumbaron en mi cabeza durante las tres horas más largas
de mi vida. “Brummmmmm”, “brummmmmmmm”, “brummmmmmmm”. Maldito avión, el sonido
entraba por mis oídos llegaba a mi cerebro y ahí se quedaba, me atormentaba, no
me dejaba pensar con claridad. No podía leer, no podía hablar, no podía pensar,
no podía escribir, no podía dormir…Miré a mi alrededor, en los asientos
continuos había muchas chicas de mi edad. Todas eran tan… tan… iguales.
Parecidas en todos los sentidos. Minifaldas, melenas lisas: oscuras, rubias,
castañas…
También
había chicos, muchos en realidad, y todos iguales también: los típicos abortos
de skaters, con sus gorritas de los New York Yankees, sus pantalones caídos y
sus camisas “pijas”.
No tienen
estilo, son todos un gran gremio de zombies, no saben que es ser uno mismo, no
conocen la humillación de no ser como los demás.
No me dio
tiempo de pensar más, las tres horas pasaron, largas pero pasaron.
Miré por
la ventanilla: miles de casitas iluminaban París. “Es hermoso” -pensé.
Cogimos
nuestras maletas y montamos en el taxi.
Mirando
por la ventanilla fui viendo París, era precioso, miles de casitas se esparcían
por la ciudad, miles de historias que reflejar en mis cuadros… ¡Podía hacerlo!
Podía reflejar en mis cuadros las sensaciones que tenía en aquellas calles,
durante un mes me convertiría en una gran artista, primero podrían exponerse en
mi instituto, o en mi pueblo, quizá si eran lo suficientemente buenos podrían
aparecer en un buen museo en Madrid… Cerré los ojos, sería genial, y sería
gracias a mamá.
-Pareces
cansada, vayamos primero al hotel.
La voz de
mi madre me despertó de mis pensamientos.
-Eh, sí,
será mejor que visitemos París mañana…
-Bien.
El resto
del viaje no pronunciamos palabra, pagamos al taxista y nos bajamos. El hotel
era grande y lujoso. Parecía un gran palacio blanco, el rótulo reflejaba
totalmente a uno de Las Vegas: grande y luminoso.
Entramos
al hotel, después de arreglar los últimos papeles nos dieron la llave-tarjeta y
subimos a nuestra habitación.
Fui al
baño, me miré de nuevo. Me quité mi gorra y las gafas. Me miré, no me veía muy
bien. Volví a ponerme las gafas. Me subí el pantalón poniéndolo de forma que pareciesen
unos shorts tipo tumblr.
Miré a la
chica del espejo, seguía siendo yo, pero una yo como las chicas del montón. No
me gusté, yo soy lo que soy, y me gusto. No quería cambiar, no quiero cambiar,
y dudo mucho que quiera cambiar alguna vez.
Miré mi
reloj, eran las 21:15, las nueve y cuarto, temprano aún para una chica de 16
años. Cogí mi libro favorito: “Panteón”, el último libro de “Memorias de Idhún”,
me tenía enganchada desde la primera página del primer libro.
Me tumbé
en la cama y empecé a leer, estuve leyendo horas y horas y cuando creí que era suficiente me
quedé dormida…
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